Mi nombre es Liliana, tengo 32 años y soy diseñadora gráfica e industrial, amo a mi familia, viajar, la danza, el café, al diseño en todas sus presentaciones y llevo 22 años viviendo con diabetes tipo 1.
Soy mexicana y de niña por razones del trabajo de mi papá nos fuimos por un tiempo a Bélgica, fue en ese país cuando a los 10 años fui diagnosticada con diabetes, recuerdo muy bien los días anteriores: mucha sed, mucha pipi, mucho cansancio y cada vez comía menos. Era muy desesperante sentir como esa sed nunca se saciaba, tomaba agua, leche, jugos, ¡refrescos! ¿Quién se iba a imaginar que toda esa azúcar era justo lo que me hacía daño?
Después de varios días en que se presentaron los síntomas, llegué al hospital con una lectura de glucosa de alrededor de 700 mg/dl. Yo no entendía lo que estaba pasando y en el consultorio recuerdo el tono de voz molesto y preocupado de la médico y enfermeras, además de varios doctores moviéndose con urgencia alrededor de mí y mis papás, sin habla.
Viviendo en otro país y con otra cultura, el idioma en ese momento fue otro de los grandes retos.
Me hospitalizaron, estuve en cuidados intensivos por unos días para estabilizarme y recuerdo que iban constantemente a ponerme inyecciones, lo cual me generaba curiosidad porque no se veían como todas las inyecciones de medicina normales, esas que usan jeringas gordas con agujas largas; éstas eran definitivamente diferentes.
Aún tengo grabada la cara de mi papá cuando le pregunté por cuánto tiempo me iban a poner esas inyecciones, sujetó mi mano, apenas podía mirarme a los ojos y me contestó con un semblante resignado y preocupado que eran para toda mi vida.
Yo en ese momento no alcanzaba a percibir todo el panorama y no me sentí mal, ni enojada ni desanimada solo pensaba que era algo más que tendría que hacer. Pero me sentí triste e impotente al ver a mis papás tan preocupados y desorientados, no sabía qué hacer o qué decir para que ellos no se sintieran así, yo sabía que yo iba a estar bien pues a pesar de todo mi familia estaba ahí conmigo.
Estuve hospitalizada por dos semanas, y poco a poco volvía a tener la energía y las ganas de antes, yo estaba contenta de ya no tener tanta sed ni tener que ir al baño cada 5 minutos. Volví a tener hambre, pero ahora mis comidas eran con horarios y contando porciones, y muchas veces me quedaba con ganas de comer más. Así fue como descubrí que cuando tenía la glucosa en niveles bajos siempre me llevaban algo de comer…y mi misión, ahora, era lograr bajar mis niveles. Por lo que descubrí el poder de la actividad física y su efecto en los niveles de glucosa, así que solita en mi cuarto del hospital hacía sentadillas, abdominales o me subía y bajaba de la cama todo para poder comerme un sándwich más. Claro que no contaba con que los médicos irían ajustando las dosis para evitar que tuviera hipoglucemias....
A partir de mi diagnóstico tuve un aprendizaje constante y muy intenso pues me enseñaron qué es la diabetes, por qué mi cuerpo requería ahora insulina y cómo es que ésta funciona, también tuve que aprender sobre grupos de alimentos, a contar carbohidratos de todo lo que comía, y a estar atenta a mis horas de comida (¿Qué niño piensa en eso? Mi única preocupación antes era probar los dulces más raros en un país raro, que los niños de la escuela no quisieran tocar mi piel todo el tiempo, pues para ellos mi tez morena era extraña, comer wafles con chantilly y por supuesto, no perder mis lápices de colores).
Aprendí a medir mi glucosa con un glucómetro enorme que tardaba 50 segundos en darme un resultado. A identificar mis síntomas, pero también a expresarlos y explicarlos a los demás, en mi caso empezaba a temblar mucho de las manos y cada vez que subía mi mano a la altura de mis ojos para verificar mi síntoma mis papás temblaban también. Aprendí a guardar la calma mientras sentía que “flotaba” pero también a transmitir a quién me rodeaba esa calma.
Debo decir que hasta la fecha conservo esa costumbre de subir mi mano a la altura de mis ojos, y hasta la fecha cuando mi familia está cerca no pueden evitar preguntarme si estoy bien, en especial mi mamá.
Me enseñaron a preparar la insulina, porque en ese momento mi tratamiento era mezclando la NPH y la rápida, a cómo inyectarme, cómo llevar y hacer un registro, a leer etiquetas, a tomar agua y medir cetonas en orina cuando tenía glucosas altas y también a parar todo, sentarme medir mi glucosa (y a veces no, cuando los síntomas ya eran muy evidentes), tomar azúcar cuando tenía hipoglucemias ¡todo en otro idioma! Aún no puedo creer que lo logré. Claro que mi mamá estuvo siempre detrás de mí cuidando cada paso y recordándome muchos otros que a veces me saltaba.
Yo asistía allá a la escuela estaba en tercero de primaria y cuenta mi papá (porque yo de eso no me acuerdo) que cuando la nutrióloga me preguntó en qué idioma quería la explicación si en inglés o en neerlandés (en Bélgica además de francés se habla neerlandés) yo le contesté que en el que ella quisiera.
¡Es increíble cómo cuando somos niños, las puertas siempre se nos abren a cada oportunidad! Sentimos tan poquito o nada de miedo que somos capaces de aprender más, de explorar más y de sentirnos mucho más seguros en cada situación a la que nos enfrentamos. Y eso debemos fomentarlo y aprovecharlo en todos los niños y aún más en todos los que son diagnosticados con diabetes.
Mi pensamiento de pequeña con respecto a la diabetes nunca fue una pregunta de “¿Por qué a mí?” siempre fue más bien un constante “¡Porque yo puedo!”. Y debo decir que no es fácil, nada fácil, siempre hay momentos buenos, malos, de rebeldía y de tranquilidad solo hay que estar dispuestos siempre o la mayoría de las veces, porque a veces el corazón ni la mente nos da para hacer más, a aprender y reaprender sobre nuestro cuerpo y de nuestra salud.
Finalmente puedo decir que en este largo proceso de aprendizaje mi familia siempre fue y ha sido mi más fuerte pilar de apoyo y que la vida con diabetes siempre nos regala grandes experiencias, y más adelante quizá tenga oportunidad de compartir las mías con ustedes.
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